domingo, 6 de marzo de 2011

La planta movediza

Recostada sobre la base del tronco de un árbol negro estaba la basura de todo un pasillo de gente. Las bolsas ajadas por manos desesperanzadas dejaban ver las porquerías de ciertos hogares. También había un monitor de computadora y los restos de lo que había sido una sillita de bebé (o un andador). A un borde del pequeño basural, abismando en el cordón de la vereda había una planta seca, un matorral de hojas marrones. Las raíces, seguramente ya muertas, estaban cubiertas por la tierra que era contenida por una maceta de plástico blando. ¡La planta se movió!

Al principio creí que el viento fue lo que provocó el movimiento en aquellas ramas esqueléticas, pero viento no había, aseguro que no había nada, nada de viento… ¡la planta volvió a moverse! Lentamente parecía desperezarse. Pensé que podría estar minada de hormigas o gusanos y que de alguna manera mis ojos estaban siendo engañados por el movimiento de estos insectos sobre las ramas; me acerqué para comprobar mi teoría y poder darme cuenta que estaba siendo víctima de un engaño visual, pero nada de eso, a menos de un metro mío la planta continuaba realizando tenues movimientos por si sola. Me acerqué aún más para apreciar el fenómeno. Entiendo que las plantas son seres vivos, pero jamás hubiera pensado que podían ejercer estos movimientos tan… humanos.

La voz primero fue susurro; fue como una leve exhalación cargada de melodías extinguidas, luego tomo forma, luego fue voz y pude oírla. Quise sorprenderme, incluso abrí mis ojos lo más grande que pude e intenté tartamudear un poco y llevarme una mano a la cara, pero no me dejó, comenzó a hablar antes que yo pudiera darme tiempo de nada. Sonaba como una puta vieja y descarriada, de medias de nylon rotas y mucho rojo en la boca y en los dedos, y mucho negro en los ojos y en el corazón, así sonaba el matorral movedizo en cada palabra que escupía.


El tiempo engulle años como caramelos.

El sol es una bola angurrienta que se devora las estrellas cada mañana.

El mar se adueña sin compasión de los caudales de todos los ríos.

La inmensidad, querido mío, la inmensidad es perversa…

Nada está hecho para nosotros, nada está hecho por nosotros. Somos piedras.

La inmensidad es soberbia y embustera…

Nada es tan real como lo que cabe en tu mano.

Mira tus manos. ¿Qué han hecho?

Tus manos te aprisionarán o te darán libertad.

No mires el sol, no mires el mar.

No mires pasar el tiempo.

Mira tus manos, a ellas le preguntas y ellas te responden…

Ama tus manos y ellas sabrán amar.


No entendí nada de lo que dijo. Le prestaba atención simplemente porque era una planta que hablaba.

Cuando calló no supe demasiado que hacer, las opciones eran varias; podría contestarle algo, lo que fuera; podría disimular, hacer como que allí nada había pasado (costumbre muy en práctica en las grandes ciudades), o podría tomar aquel vegetal parlante y llevármelo a casa, ayudarlo a sobrevivir de su inminente destino fatal: el camión recolector y la muerte. Opté por ayudarlo a sobrevivir.

-¿Que haces? – dijo alterada, cuando intenté levantarla.

-Voy a salvarte, te voy a llevar a casa, tengo un lindo patio, te voy a trasplantar, a regar…

-¡No seas idiota! Yo no necesito nada de eso. Solo tenía que decir lo que te dije… nada más. El resto es destino.

-Si te dejo acá vas a terminal mal… te estas muriendo – dije, dándole un tono pesado a las últimas palabras.

-¿Quién no? – preguntó.

No encontré respuesta acertada. Un pequeñísimo animal de patas heladas se desplazó a lo largo de toda mi columna vertebral… mis parpados cerraron hasta la mitad la vidriera de mis ojos y temerosamente enojado y confundido me alejé de aquella planta. No deseaba hablar con ella nunca más. Es bueno que te digan la verdad pero no tan… así. Así no.

Horas mas tarde, andando por otras calles, las que suelo recorrer muchas veces con la sola intención de caminar un rato, me crucé con el bestial (apocalíptico) camión recolector de basura; como siempre iba rodeado de gritos desalmados e infernales luces naranjas. Lo vi pasar a mi lado y sentí pena, pero la callé, callé la pena. Hay cosas que no deberían hablar nunca.

GALLO NEGRO





Almendra - Las Cosas Por Hacer

2 comentarios:

León Seritti dijo...

legible, simple y profundo. como siempre, corto y contundente, inesperado y surrealista, como siempre. negro el gallo.
como siempre, el uruguayo.

Gallo Negro dijo...

te debo un cortado con una medialuna