jueves, 24 de febrero de 2011

Tus Huesos

¿Porque tus huesos chocan contra los míos?
Se quiebran, quedan molidos
Harina que yo devoro en refulgentes porciones.
Se alojan ellos, tus huesos, en mi madera.
La que cultivaron con caricias las Damas Terciopelo.
Allí están ellos, tus huesos, removiéndose.
Acomodándose.
Buscan un lugar oscuro y no encuentran.
De tan brillantes.

Adorné la urna con piedras esmeralda.
Con perfumes de flores blancas
(Antes que la luna las decapite)
Abrigué la urna con besos machos.
De esos que nunca tuve.
Y la dejé flotando en Mercurio.
Para que no se hunda, para que dé la vuelta
Para que vuelvan ellos, tus huesos.
A chocar contra los míos.

Gallo Negro

sábado, 12 de febrero de 2011

La mugre de mi terraza

Las paredes atigradas por las gruesas gotas que el cielo dejaba caer sobre mi terraza dieron el pie para comenzar a despedirnos. No lamentaba dejar de ver a ninguno de aquellos despreciables seres queridos; eran la más bella carroña que jamás persona alguna haya deseado tener a su lado. No lamentaba para nada ver sus espaldas cargadas de culpa y cansancio bajar torpemente la escalera y cruzar la puerta dirigiéndose a la calle que ya recibía sedienta las pizcas de lluvia. No lamentaba saber que ellos prolongarían sin mí la despedida en cualquier esquina del mundo hasta despellejar sus abrigos a fuerza de ebrios abrazos. No hay nada que lamentar porque amo demasiado a cada uno de esos hijos de puta que un día bauticé como amigos.

Volví a mi terraza; quedó poblada por el más organizado desorden. Cada uno se había encargado de ensuciar al extremo cada baldosa roja; y ahora el agua de lluvia no hacía otra cosa que colaborar en el armado de aquel basural que reposaba mansamente en la parte mas alta de mi vieja casa.
El código samurai dice que uno debe tomarse y resolver todos los problemas de la vida, por más pequeños que parezcan, como grandes problemas, entonces cuando lleguen los problemas grandes, los verdaderos problemas, uno tendrá el entrenamiento adecuado para enfrentarlos. Ahí estaba yo, bajo la suave pero intermitente lluvia enfrentando este problema: ¿Limpio hoy o mañana? (o mejor dicho dentro de un rato) No sé si era un problema grande o pequeño, tampoco sé cual fue la cuenta matemática que realicé en mi cabeza (si sé que hubo una cuenta matemática), no sé si fue que le hice caso a esa regla samurai, ya que no soy nada parecido a lo que es o fue un samurai, aunque debo confesar que durante mucho tiempo anhelé serlo con mucho ímpetu. Lo que si sé es que resignadamente tomé la escoba, la bolsa más grande que encontré en mi cocina y me dispuse a realizar un mínimo de orden y limpieza en las ruinas de aquella amistosa reunión. Mientras limpiaba pensé que debería haber tenido un perro que se encargara de los restos de comida que rodaban húmedos en el piso. Un perro los hubiera terminado.

Cuando volví por tercera vez a la terraza, con una tercer bolsa, me vi obligado a pensar sobre el carácter dramáticamente mágico que tiene el número tres. ¿Alguien alguna vez notó todas las cosas que ocurren a la cuenta de tres? Esta vez tampoco fue la excepción, en la tercera incursión higiénica en las alturas de mi hogar también ocurrió algo que podría etiquetarlo como “un hecho mágico”; ahí en la terraza, bajo la lluvia, rodeada de plantas, maderas viejas para el asado y el piso enchastrado, estaba sentada, cantando ante un gran piano de cola negro, Nina Simone.
Me encantaría haber escrito: “Estaba sentada, cantando ante un gran piano de cola una hermosísima mujer que repiqueteaba ágilmente sus dedos de algodón negro sobre las extasiadas teclas que envidiaban la tersura de su voz”. Pero preferí ahorrarme todo ese texto poniendo directamente el nombre de aquella semidiosa negra. Agradecí entonces no tener un perro. Un perro quizá la hubiera espantado con sus ladridos.

Nina (o Mrs. Simone) le hizo honor a la magia del número tres; al finalizar el tercer tema cerró la tapa del piano y ya no tocó ni cantó, tampoco me miró, nunca me miró ni me habló ni nada... tan solo me embrujó fatalmente.
El embrujo lógicamente fue realizado en tres etapas; primero fue a través de los mimos que le hacía al piano que en compensación le obsequiaba aquellas notas imposibles, en segunda instancia no había forma de evitar caer embrujado ante la belleza de esa voz de hechicera ancestral que obligaba a no dejarla de escuchar nunca jamás, y danzar, gritar, sangrar o llorar desde las butacas (lo que ella quisiera que hiciera)… pero para asegurarse que el embrujo fuera total, para asegurarse que me condenaría a no escuchar nada mas perfecto y hermoso en mi simple vida, disparó una sencilla carcajada. Irrepetible melodía.
Nadie debería escuchar reír a Nina Simone. Es un hechizo que no se cura. En una de esas… si hubiera tenido un perro y la hubiera espantado…

Ella buscó entre los vasos que yacían muertos en el piso, supongo que algo para tomar, y por mas que no me había mirado ni hablado, por mas que me había embrujado de por vida, me vi obligado a actuar como el caballero que pretendí ser siempre (los códigos de caballeros distan levemente a los códigos samurai, la diferencia es que los caballeros no son tan estrictos y pueden violar cada tanto algunos de sus códigos y hacerse los giles que no pasa nada), fui a la cocina a buscar inmediatamente algo de beber para la dama negra de aquel tablero de cuadros rojos. Por supuesto y como imaginarán, a la cuarta vez que subí las escaleras, allí arriba solo encontré mugre y desorden. El número cuatro goza de otro tipo de magia de la que Nina no quiso ser cómplice. Y allí sin perro, mojado y hechizado para siempre, me tomé el vaso de Caballito Blanco antes de continuar limpiando aquella, mi terraza.
GALLO NEGRO

Una · You´ll go to the hell
Dos · Go Limp