Fuimos gatos.
Así atravesamos los techos de aquellas noches en aquellos
primeros años.
Pim, Pam, Pum y yo (cuatro gatos locos)
Secos de ruidos, empapados de hambre.
Maullábamos a la penosa alegría que el costumbrismo (veneno
lento) nos cedía sin pausa ni compasión
Solíamos encontrarnos en la plaza grande, alrededor de una sanadora
Sprite de litro que conseguíamos a precio de oferta.
Pim era mágico y eterno, como los primeros cracks del
futbol.
Pim volaba en vez de correr, y lo hacía más alto y más
rápido si iba borracho.
Pim siempre fue un gato viejo; le gustaban las caricias de
mujer y ver el sol estallando en la luna.
Pam nunca fue Pam. Ronroneaba a la locura
Pam nunca era Pam. Lo habitaban otros gatos;
Pam era las alucinaciones de esos otros gatos. Era el último
tramo del tobogán.
Nunca tuvo cuna, por eso llevaba las uñas tan largas.
Pum tenía el lomo grande para cargar con los gatos que
morían constantemente por las dentelladas mecánicas del progreso.
Pum tenía el corazón inmenso como la copa de un árbol.
Pum tenía los ojos tan pero tan gigantes que veían más allá
del futuro. Él veía de verdad. Pero para suerte de todos, Pum, no tenía lengua…
y lloraba mares con sus ojos repletos de silencios.
El cuarto gato soy yo… era yo;
Un sobreviviente.
Un día me bajé de los techos, me limé las horas,
dejé de mear las veredas,
dejé de llorar por amor,
dejé de perder peleas,
dejé de maullarle a los fantasmas,
maullarle a los fantasmas,
maullarle a los fantasmas.
Ahora paseo por las calles arrastrando la transparente
decadencia de este día a día flamante y glorioso, y encuentro nuevos gatos
que sin reconocerme me maúllan.
De: Gallo y Negro (Gustavo Lista)